lunes, 24 de septiembre de 2018

Mentiras que abonan la ignorancia

Asistí hace un par de semanas al curso prematrimonial que exige la Iglesia Católica a sus fieles como requisito para recibir el sacramento del matrimonio. Fui a parar allí, como parte de los acuerdos que –en sana democracia– hemos alcanzado con mi novia, teniendo en cuenta que mi militancia espiritual está lejos, por decir lo menos, de la Iglesia de Roma.

La experiencia, tortuosa como es, al final resulta útil. Me explico. Al llegar a un naturalmente helado colegio de monjas en la calle 153 de Bogotá un sábado, nos encontramos con dos amables parejas que serían los anfitriones durante ese fin de semana. El primer contacto entre ellos y el grupo de 14 parejas empieza en el momento en que sugieren que, para romper el hielo, no queda más remedio que la obvia presentación de todos los futuros contrayentes, respondiendo con los datos biográficos y profesionales básicos y un cuestionamiento adicional sobre el momento en que la gracia de Dios descendió sobre nosotros y elegimos el rito católico para nuestro casamiento, todo debidamente impreso en una tira de papel, idéntica a la que en otros momentos sirvió como materia prima para bodoques.

Nuestros colegas resultaron personajes de todas las procedencias y saberes y, en general, muy convencidos de su fe, tal vez con la excepción de un joven que, como yo, claramente estaba allí víctima de la sana democracia de la vida de pareja. Valga aquí un primer reconocimiento y es la importanciapor colateral que sea – de enfrentarse a una realidad por fuera de la zona de confort. Quiero decir, de afrontar la diversidad.

Superado el rito de iniciación empezó el programa académico con las promesas y confusiones, todas ofrecidas por un grupo de amigos, sinceros agradecimientos para ellos tres, quienes nos recomendaron este curso particular, dictado por un singular colectivo llamado Equipos de Nuestra Señora.

El lugar en donde se ofreció el curso, ese colegio infamemente frío del norte de Bogotá del que hablaba antes, no podía ser diferente: un clásico claustro, inodoro, incoloro, sin sabor. Las paredes, como corresponde, adornadas con imágenes de santos, curas famosos y alguno que otro papa. Los pisos, enchapados muy al estilo de cualquier edificación de esta naturaleza, en baldosín de fondo blanco y decorado con lunares de distintos tonos de gris hasta llegar al inefable negro, tenían como único propósito evitar que el edificio ganara al menos medio grado de temperatura.

Todo esto en el marco de un magnífico lote que, pensé durante esos dos días, engorda lentamente para algún día llenar las arcas de las señoras monjas titulares de su propiedad, con un magnífico desarrollo inmobiliario.

No voy a dar cuenta de todas las conferencias que oí. Dicho lo anterior, debo reconocer un par de ellas que ofrecieron un panorama enriquecedor para el que se enfrenta al matrimonio. Digo enriquecedor, porque de alguna manera compartieron su experiencia de años conviviendo en la diferencia y, desde la fría butaca en donde atendía la lección, reconocí el evidente acto de generosidad.

La conferencia inaugural puso la vara muy alta para todo lo que después llegó, que empezó con el reforzamiento de un machismo trasnochado y acabó en un sacerdote con ínfulas de payaso, pasando por manipuladores de la verdad y francos mentirosos. Dentro de los dos últimos, una pareja nos llamó la atención de manera particular. Su conferencia, sobre las implicaciones legales –canónicas y civiles– del matrimonio, empezó por cuestionar a las ingenuas parejas sobre sus motivaciones matrimoniales.

Esta auténtica oda a la falta de rigor científico, académico o de divulgación incumplió en su propósito de explicar las particularidades legales del matrimonio y dedicó sus eternos minutos a hacer eco de toda suerte de teorías trasnochadas de la conspiración.

Una que de alguna manera esperábamos, lamentó los avances que el país ha visto en materia de igualdad de derechos de la comunidad LGBTI, particularmente en lo que se refiere de la definición constitucional de familia. Además de la intolerancia e instigación al odio de esta pareja de predicadores del fin del mundo, fue curioso notar que aparentemente ninguna de las otras parejas mostraba reparo ni frente a ese ataque frontal contra el avance de la sociedad colombiana, ni frente a lo que oímos a continuación que fue la verdadera tapa de la olla.

El macho alfa de la pareja de charlatanes, expuso, sin siquiera cambiar de color, que la “industria del aborto” (las comillas indican que es literal), utiliza los tejidos de los fetos y embriones abortados en la fabricación de bebidas azucaradas.

Francamente aterrados por el exabrupto, preguntamos al señor, cuyo nombre me reservo, por el sustento o la fuente de la información de donde podía llegarse a semejante y nada ligera conclusión. La respuesta fue: “en Internet hay mucha información que lo prueba, escríbame a mi correo y se la hago llegar”.

En efecto, días después le hice llegar nuestras respetuosas inquietudes a través de la administración de los Equipos de Nuestra Señora. Ydisculpe usted muy desocupado lector por la redundancia– otros días después llegó la respuesta (ver imágenes de cadena de correos). Para hacer corto el cuento, la respuesta que yo esperaba era inocua, vacía. Pero no fue así. El archivo adjunto que traía el correo reveló una verdadera atrocidad en la que ni la ONU, ni Barack Obama se salvan de la complicidad con esta industria del aborto y el uso de tejidos y órganos de bebés abortados en la fabricación de alimentos y potenciadores del sabor.






La revisión de los documentos –que son en realidad transcripciones de páginas de Internet con poca, por no decir ninguna credibilidad– incluidos perfiles de Facebook, termina como dice a continuación, incluidos errores de ortografía: “Y hasta acá, parte de la información pedida,,, vale la pena comentar que la ONU esta muy detrás de todo este plan,, y que las grandes transnacionales se encuentran sostenidas por este tipo de industria..
Espero que haya respondido a sus interrogantes
Saludo”

El texto completo que recibí en el correo se puede consultar en este enlace.

Mi cucharada editorial para terminar. Encuentro perfectamente legítimo que dentro de la organización de la Iglesia se exijan esta clase de ritos de iniciación, y que el enfoque que se use en ellos sea consecuente con la doctrina que proclama la institución. Finalmente, el matrimonio católico es una opción libre. Es absolutamente válido que la Iglesia en sus ámbitos oficiales esté en contra del aborto. Lo que es una verdadera falta de respeto y de ética es la promoción de estas teorías de la conspiración sin ninguna vergüenza. Y la pregunta que surge naturalmente es si cualquier argumento –aún los falaces y estúpidos, producto de la ignorancia– resultan válidos para la defensa de un punto de vista tan legítimo y respetable.


Aquí algunos de los enlaces descritos en el documento: