Como Internet permite que cada persona sea
un medio y como las redes sociales son megáfonos de todo (y de nada), los
usuarios de la red, y de las redes, tenemos cada vez más responsabilidad frente
a lo que publicamos y lo que compartimos. Esa responsabilidad es mayor en la
medida en que aumente la influencia.
Hace unos años, para existir siquiera, no
digamos ya para alcanzar reputación, un medio de comunicación tenía que ser
riguroso en cada nota publicada, tenía que contrastar fuentes, tenía que
investigar. Tenía que hacer trabajo periodístico. Con inmensas desventajas,
cierto: los costos de producción de estos medios eran (y son) muy altos, cosa
que por supuesto lleva a que su propiedad se concentre. Es, cómo negarlo, un
hecho positivo que la difusión de información sea haya democratizado con la
existencia de Internet y las redes sociales.
Estamos expuestos a una avalancha de
información que confunde. Como consumidores, toda esta oferta nos permite la
posibilidad de elegir qué leemos, qué vemos, qué oímos. Y esa decisión libre,
se ha convertido en una inmensa responsabilidad. Al replicar en las redes
sociales una información, cualquiera que sea, el usuario, de no aclarar lo
contrario, suscribe lo publicado. Ahí radica la responsabilidad de los
lectores.
El mundo político de hoy estaría cantando
otras notas si el periodismo hecho en y para Internet, hubiera tenido sentido
de la responsabilidad y rigor periodístico. Y esa responsabilidad, recae con
especial fuerza en los líderes políticos y sociales que sin criterio replican
cualquier titular provocador.