jueves, 17 de noviembre de 2016

Un acuerdo que, por fin, cambia las balas por los votos

(Escribo esto después de leer una columna en el Nuevo Siglo, firmada por un buen amigo)

El Presidente de la República anunció el sábado que las delegaciones del Gobierno y las FARC habían alcanzado un nuevo acuerdo de paz. Qué buena noticia. Lo es por una razón fundamental y es que en él se incluyen la gran mayoría de las dudas, sugerencias y reclamos, no solo de aquellos partidarios y promotores del No que se reunieron con los representantes del Gobierno, sino también de muchos ciudadanos que durante la campaña del plebiscito apoyaron el sí aunque fuera con algunas reservas. Este es un mejor Acuerdo, más incluyente, en donde efectivamente se ve reflejada la gran mayoría de los colombianos. Participaron el Centro Democrático, los partidos de la coalición para la paz, la Iglesia, las Altas Cortes y magistrados, las organizaciones religiosas y sociales, los empresarios, los jóvenes que se movilizaron, los sindicatos, las comunidades indígenas y afrodescendientes, las víctimas, los militares retirados y los movimientos de mujeres.

Para llegar a él, los negociadores del Gobierno recibieron y estudiaron alrededor de 500 propuestas y observaciones de todos los sectores de la sociedad. Humberto De la Calle afirmó ese mismo sábado antes de la alocución del Presidente, que la gran mayoría del material recibido está incluido en el nuevo Acuerdo que se presenta a la opinión pública, a los colombianos. Lo que no incluye el nuevo Acuerdo tiene que ver sobre todo con el tema de la elegibilidad política, una línea roja de la negociación, una línea roja que es el fin último de cualquier proceso de paz con un grupo insurgente que lo que quiere decir es que se cambian las balas por lo votos, que no es una cosa menor.

Algo más de 40 días les tomó a las delegaciones llegar a este nuevo Acuerdo. Si se tiene en cuenta que para llegar al de Cartagena se tomaron algo más de cuatro años de negociaciones, esto podría sonar exagerado, pero no lo es. Gobierno y FARC han sido claros cuando dicen que el cese al fuego bilateral es frágil. No se equivocan. Hoy miércoles 16 de noviembre que escribo esto, leo en las noticias que se rompió el cese al fuego y que el conflicto armado en Colombia cobra dos nuevas víctimas mortales. Suficiente ejemplo para ilustrar el afán por alcanzar un nuevo acuerdo satisfactorio para el país, particularmente para los promotores del No; suficiente razón para que los muertos nos duelan y dejemos de ser ese país indiferente que prefiere acumular tierras y contar muertos, antes que facilitar las condiciones para implementar un acuerdo que los evitaría.

El cese al fuego, que llegó a 80 días, se rompe, poniendo también fin a la secuencia más larga en más de 50 años de días sin combates, 131. En el último medio siglo de la historia de Colombia, nunca habíamos tenido 131 días sin combates. Me pregunto qué otras razones podría pedir alguien para apoyar la implementación de un acuerdo que ahorra vidas y evita heridos.

En fin, el nuevo acuerdo incluye, en lo sustancial, las propuestas de todos los grupos representados que se reunieron con el Gobierno Nacional. Quedan los documentos que registraron esas reuniones, quedan las propuestas que en todas ellas y ante los medios presentaron estos líderes.


Se ha criticado que en mucho, este nuevo acuerdo no difiere del firmado en Cartagena el 26 de septiembre y es lógico, porque es su base, no se empezó una negociación de cero. En plata blanca, la novedad del nuevo Acuerdo es que se trata del producto de lo que se negoció con las FARC, después de recibir los aportes de toda la sociedad, de todos los grupos que mencioné más arriba. Falta ver la grandeza histórica de estos grupos y promotores cuando reconozcan que sus aportes están incluidos en el nuevo Acuerdo o si por el contrario el cálculo político apuntando a las elecciones de 2018 resulta nublando su visión de país.

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