Me
parece que es triste la forma en que los miembros del Centro Democrático se han
opuesto al Nuevo Acuerdo de Paz entre el Estado colombiano y las FARC. No voy a
empezar a decir –ya muchos lo han hecho-, que el Nuevo Acuerdo acoge la gran
mayoría de sus comentarios, ni cómo es que es esa vuelta. No. Lo que hoy me
parece triste es que la razón que los mueve no es que genuinamente tengan
preocupaciones frente a lo acordado, sino que se opondrán como sea, porque
saben que en la medida en que acepten el acuerdo, así sea en parte, se quedarán
sin proyecto político para las elecciones presidenciales de 2018 y no habrá
títere que le sirva a Álvaro Uribe Vélez para alcanzar el poder por interpuesta
persona.
Y es
triste en muchos sentidos. Por lo pronto dos. El primero, claro, y usando esa expresión
que tanto gusta en esos toldos, es el del más hondo sentido patriótico, porque
no puede ser posible que para un partido político prime su ambición electorera
sobre el bien superior para los colombianos, en particular para las víctimas
del conflicto, que puede llegar a ser la terminación de los cincuenta y pico de
años de plomo y de violencia y de despojo de tierras y toda la mierda que se
han tenido que comer los más de siete millones de, sí, de víctimas, que ya
tenemos contadas. Y de todas las que dejaremos de contar.
Y el
segundo es que el foro político pierde profundidad. Muchos de esos
representantes del Centro Democrático ya no se sabe bien si por órdenes o por
simples ganas de quedar bien con el jefe, empiezan a escribir disparates
estridentes que no tienen sentido en muchos casos y en otros simplemente los
reducen a ellos, sus autores, a ser simples monigotes, payasos que no
representan a nadie. ¿O no?
Ahora,
se me olvidaba, es verdad que los congresistas de ese partido no representan a
nadie. O vaya y pregúnteles quién votó por ellos.
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